“Tradicionalmente uno se centra solo en los problemas del lenguaje. Las leyes educativas y las intervenciones clínicas apuntan a eso. Pero mi formación académica me llevó a ampliar la mirada y preguntarme: ¿hay algo más aparte del lenguaje que necesite intervención en estos niños?”, explica Torres. Su investigación, publicada en el Journal of Speech, Language, and Hearing Research, una de las revistas internacionales más reconocidas del área, ofrece una de las primeras aproximaciones en población hispanohablantes sobre cómo estas funciones—vinculadas al control mental, la memoria y la adaptación— se relacionan con el lenguaje.

Según indica el fonoaudiólogo, la relación entre el lenguaje y las funciones ejecutivas “es bidireccional e interdependiente”. Por un lado, las funciones ejecutivas “nos permiten adaptarnos al entorno, mantener información en la mente, inhibir distractores y ser flexibles frente a los problemas. Son fundamentales para la escuela, las relaciones sociales y el trabajo”. Mientras tanto, el lenguaje es uno de los medios más habituales para transmitir información, siendo clave para la interacción y el aprendizaje. Por lo tanto, el desarrollo de ambos procesos cognitivos es esencial para desenvolverse en la vida cotidiana y, en este sentido, es preciso evaluarlos para abrir nuevas puertas que nos permitan comprender el desempeño de niños con TDL en el aula, con sus pares y la sociedad.

En el estudio participaron 171 alumnos de colegios municipales de Santiago de entre 6 y 8 años (72 con TDL y 99 con desarrollo típico). La tarea de Torres fue comparar su desempeño a través de una prueba tipo videojuego creada por la Universidad Católica para medir sus funciones ejecutivas. “Encontré que tres funciones ejecutivas estaban alteradas en el grupo de niños con TDL: el control de la atención frente a distractores o también llamado control de interferencia, la capacidad de inhibir respuestas automáticas y la memoria de trabajo verbal para recordar palabras y números. Pero también hay otras que no lo están. Por ejemplo, la flexibilidad cognitiva y la memoria de trabajo visual se mantienen como fortalezas, lo que demuestra que no todo son dificultades”, cuenta.

Este hallazgo, que rompe con la idea de que todas las funciones ejecutivas están alteradas en niños con TDL, revela una predisposición al diagnóstico y con ello la necesidad de integrar evaluaciones personalizadas en este ámbito. “Uno no puede sobregeneralizar estos resultados por la aparición de esta tendencia, pero sí dar cuenta de esta necesidad de evaluar con detenimiento las funciones ejecutivas. Si encuentro problemas, tengo que intervenirlo, pero no puedo a priori asumir que todos los niños con problemas del lenguaje van a tener problemas en las funciones ejecutivas.”

Torres cree que este tipo de evidencia podría ser la base de nuevas políticas públicas que consideren las funciones cognitivas del niño con TDL de forma más completa y así se podría transformar la forma en que se diseñan las intervenciones. “Mi intención es generar un impacto en términos de políticas educativas, cambiar la mirada hacia los niños con trastorno del lenguaje para que se aborden sus necesidades de forma más amplia”, señala.

El próximo paso que plantea el fonoaudiólogo será dar continuidad a su trabajo mediante un estudio longitudinal que siga el desarrollo de los mismos niños a lo largo del tiempo, con la intención de conocer cómo va cambiando el desarrollo de sus funciones ejecutivas. “Quiero ver si las dificultades se mantienen, desaparecen o se profundizan. Eso está muy poco estudiado y puede darnos claves cruciales para apoyar mejor su desarrollo”.